Charlie Kirk, activista ultraconservador y fundador de Turning Point USA, fue asesinado el 10 de septiembre mientras daba una charla en la Universidad Utah Valley.

Once días después de su muerte, miles de seguidores y líderes republicanos se reunieron en el Estadio State Farm en Glendale, Arizona, para rendirle homenaje. Se estima que hubo unas 73,000 personas presentes.

Donald Trump pronunció el discurso central, calificando el asesinato de Kirk como “un ataque contra Estados Unidos” y contra “nuestras libertades más sagradas y derechos fundamentales”. Lo describió como un héroe nacional y uno de los mayores patriotas de la historia reciente.

Durante el acto, su viuda, Erika Kirk, visiblemente emocionada y vestida de blanco, perdonó públicamente al joven de 22 años acusado del crimen, argumentando que eso era lo que Charlie habría hecho.

Otros discursos destacaron el rol de Kirk como modelo para los jóvenes conservadores, con llamados a continuar su legado; varios oradores vincularon la fe cristiana con la identidad política conservadora y expresaron que Kirk había sido inmortalizado por su martirio.

También se produjo una fuerte intersección entre religión y política: varios oradores hablaron de Dios, de derechos otorgados por Dios, y del deber de devolver valores considerados “esenciales” al país.

El evento fue tratado como algo más que un funeral: más bien como un acto político y simbólico para unificar al movimiento conservador, reforzar identidades compartidas y lanzar un mensaje de resistencia ante lo que perciben como amenazas ideológicas.